La mañana es fresca y brumosa. Con la tradicional taza de café en la mano, me siento a escuchar el trino de las aves que, con su algarabía acostumbrada, anuncian el nuevo día. Todo transcurre lentamente mientras sorbo a sorbo saboreo la bebida caliente que me anima a "tomar el dia por la punta", como dice mi madre.
En ese ensimismamiento de las primeras horas matinales me encuentro, cuando poco a poco, como en ralenti, llega a mis sentidos un suave aroma de una fragancia exquisita. Dirijo la mirada hacia el jardín y allí a la sombra de un enorme ficus, bajo los tallos y al pie de unos tiestos con otro tipo de plantas florales, se yergue arrogante y altanera, una larga espiga coronada por el motivo de mi fascinación. La Flor del Espiritu Santo llega, como de costumbre, a cumplir su cita de septiembre - octubre con mi familia, algo que consideramos una verdadera bendición de Dios y de la naturaleza por el creada.
En esta ocasión, aparte de la emoción de saber que tendremos muchas flores, producto de la robustez que observamos en las plantas, y que serán la alegría de quienes nos visitan en casa también nos llega algo de tristeza. Y es que pronto tendremos que dejar nuestra hogar, producto de los rigores del progreso. El hormigon de las carreteras se impone y el Corredor Norte, ramal las Trancas, nos obliga a emigrar a otros destinos. Mientras tomo mi taza de café y aspiro la fragancia de nuestra querida flor nacional, pienso, ojalá encuentre un lugar con las condiciones requeridas para que el proximo año nuestra "Peristeria Elata" o flor del Espiritu Santo, renovada, vuelva a cumplir su cita anual con mi familia.
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